Se levantó, orinó y le dolía. Volvió acostarse, se tapó hasta la cabeza, olió las sábanas y una mezcla de olores lo hizo ir al baño por segunda vez. Vomitó hasta el hartazgo, tanto que se tomó el abdomen, pensó que había perdido el estómago. Cuando volvió en sí, se levantó y fue a la cama. Esta vez durmió hasta adentrada la tarde de domingo. En su cabeza intentó armar el rompecabezas del día anterior. Miró el reloj, por un instante sus latidos se fundían con las manecillas. Viernes, cuatro de la tarde, último día trabajo. Ahí se acordó que estaba desempleado. Viernes veintidós horas, con los últimos pesos, fue al bar, llegó a contar cinco vasos de whisky. De ahí, hasta el domingo era un abismo. Fue hasta el espejo, ahí vió su pómulo derecho hinchado, miro sus manos, sus nudillos. Volvió el dolor a la altura del estómago. Nunca había tomado hasta la noche del viernes. No tenía amigos para llamar, no tenía amigos. Tomó un café, intentó juntar las piezas, no pudo, prendió la TV no ten