Hay un acuerdo tácito entre el olvido y yo, golpea la puerta antes de entrar. Abro, parece que va arrasar, pero va al living toma una copa, dos, tres... Sin pedir permiso, agarra un trozo de queso, luego otro de jamón, un par de aceitunas. Entre trozos me mira, no dice nada, parece que no piensa decir nada. Vuelve a tomar, otra copa, y otra. Mira fijamente el hogar, arden los pedazos de las ramas que la tormenta dejo en el suelo del patio. Yo amo los hogares, la magia del fuego que todo lo consume, que todo lo transcribe en cenizas. Pero esa noche, él tenía la primera fila. Yo solo lo miraba desde la esquina que va a la cocina. Nunca dijo nada, solo comía, miraba el hogar, a mí y comía. No quise mirar el tiempo, pero las horas avanzaban cómo la típica jugada de ajedrez, ahí estaba meditabundo hasta que miró su reloj, se percató de algo, dejó la copa casi vacía y caminó hacia la puerta. Esta vez se dio vuelta, me miró fijamente, desvío su mirada y cuando volvió solo dijo antes de cerr