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Mostrando entradas de diciembre, 2021

Empiezan...

No hay dios, ni pecado  que sea capaz de matar  tus besos. Están aquí,  bien guardados en el alma. Lejos de un mundo putrefacto, cerca de la rosa  a las que una vez le escupí las espinas, atado a la piel que una vez te entregué y fue tuya para siempre. No,  no puede existir religión después de conocer tu boca, pero ese instante en que estoy en tus brazos,  el mundo se detiene. A eso, algunos le empiezan a decir eternidad.

Poesía del instante.

A veces, la única poesía que tenemos es el instante. Nuestra prosa se miden en pasos, nuestra semántica en acciones. El verso es el beso que nunca dimos, la prisión es una celda de libros, a la uno no sabe por qué le tiene miedo. Las letras escapan de la boca,  minutos  o siglos después de venir el pensamiento. Hay novelas, cuentos o ensayos  que parieron de las lágrimas, sin embargo, ninguno reconoce a la locura, verdadero disfraz del momento.

Caos.

 Al caos lo juno de siempre, bien vestido, corbata al principio, ahora no la usa. Tiene mil disfraces, carne, espíritu, edificios,  efigies. Caos, maldad como baldosa floja, se escribe de mil maneras  en el fondo se siente de la misma forma. Lo juno siempre, coincidimos en el mismo bar, pero el no puede con mí caos  cómo si lo hace con tanta gente.

Sobran...

Sobra el desdén en las montañas, la silueta taciturna, el soplo del viento  que llega a mejilla para acariciarla. Aquí pues,  sobran las estrellas  pero ni una sola quiere ser abrazada. Lloran, pero nadie quiere sus lágrimas. El respirar de las aves, el sonido de las moscas, alguna hoja perdida  que llegó, cansada de estar asustada. Está de más el orgullo,  la palabra. Aquí el mundo quiere abrazarlo a uno, para que el alma no se vaya...

Desnudo...

Se mareaba, como las estrellas de una noche cualquiera, al compás de una música que se tornaba insoportable a la madrugada. Las calles eran un soponcio, las luces zigzagueaban, los autos hablaban como monstruos, los muros eran sonidos putrefactos que se aparecían ante sus ojos, cada vez que tocaba la razón. Todo iba al blanco o negro, cada vez que las fotos  se volvían moscas de cristales. El telón logró cerrarse justo antes de las siete,  cuando el oro ya estaba en la punta de la daga, una piedra en su cabeza lo despertó, el tiempo comía con la boca abierta, y el sigue ahí, desnudo ante el mundo esperando la noche.

Muros.

Uno atenta consigo mismo, todo el tiempo, bebe las espinas de la rosa claudica ante un suspiro del viento. Los discursos bastardos se meten por todos lados, la mente, el corazón  las venas. Simulamos una fortaleza que nunca conquistamos. No logramos distinguir  cuál de los dos inventos del hombre  triunfa por ahora, Si es dios o su ángel vestido de diablo. Somos ovejas mansas camino al matadero. No podemos ir a contramano por qué nunca dimos vuelta la cabeza. En vez de apoyar los rostros, en vez de contarles nuestras penas, la vida sería más soportable  si entendemos que los muros nacieron para ser derribados.

Capricho...

El viento habla, las calles gritan, se escucha  un tambor de guerra; las flores transpiran lucha. Las letras de los libros se revelan, ante la industria de la barbarie, la pluma es una lanza para tomar las calles. El día se junta con la noche a preparar el combate, las estrellas dejan su blindaje, hay rabia hasta en sus dientes. La tierra, en cada rincón, abandonó la sumisión al instante. Hasta la vida se le plantó a la muerte, hasta la lluvia abraza al fuego para ir al combate, pero a toda revolución le falta el hombre, allá está, enredado en su capricho de ser el único importante.