Domingo.
Esa melancolía de la enajenación, ese recuerdo que resucita cuando pensamos que estaba oculto. Los dioses con resaca en busca de un maquillaje complejo, se pasean en la calle, buscando voceros para su misterio. Añorar el instante antes de recordar por qué estamos vivos, huir de la ciudad con la imaginación y toparse en la ventana con la tristeza. Afligirse por sentir que hay un mar pero en el fondo estamos lacónicos, agrietados, en una clara discusión para ver cuántas cruces le dejamos a nuestros muertos. Sentir que la felicidad por capricho se saltea un día, caminar por la calle para ver los mismos rostros. No un día más, es el destiempo más perverso de todos.