Salió a la puerta, era jueves, cinco de la tarde de un noviembre particular. La remera se le pegaba al cuerpo, el sol seguía estando bien arriba, no le dejaba levantar la cabeza, como a él a nadie. Sin poder levantar la frente chocaba con lo que se le cruzara. A las seis, seguía dando tumbos por las calles,ya me sabía de memoria las malformaciones del cemento, los niveles de las veredas, ya sabía a quién me llevaba por delante, pero me preguntaba por que el sol no me dejaba levantar la cabeza. El temor crece. Las siete de la tarde. Intenté lo imposible, desafiar la luz, pero llegó una ceguera que duró un par de segundos, cuando me recuperé juré que nunca iba a levantar la cabeza. Por qué? Qué pasó? La mismas cosas pasaban a cada segundo, uno empezaba a resignarse con la posibilidad de no regresar nunca a la casa,de no disfrutar del anochecer. Ocho de la tarde. Extrañó decir de la noche. Que carajos pasa con los astros, lo peor de todo es que con los que chocaba no podía hablar,